En la Edad de Piedra, era bien considerada una mujer obesa, no como algo bello, más bien como preservación de la especie, ya que disponía de su panículo adiposo como verdadera despensa ante la eventual falta de alimentos.
En ese entonces, los hombres eran cazadores, y proporcionaban prácticamente toda la comida. Las mujeres se quedaban en ‘casa’, y en ocasiones debían esperar a sus ‘cazadores’ durante largo tiempo, agotándose el alimento. Entonces sólo las que habían acumulado más grasa lograban sobrevivir a los periodos de hambruna.
lama la atención que la mujer era obesa y sedentaria. Por el contrario, el hombre era delgado y realizaba una gran actividad física. La expectativa de vida era, a diferencia de lo que sucede en nuestros tiempos donde las mujeres viven más, favorable para la población masculina. La mujer rara vez llegaba los 40 años, mientras que alrededor del 12% de los hombres sí lo lograban.
Ya en esas épocas nos damos cuenta que el ser delgado y activo, permitía vivir más años.
En la Grecia Clásica, se valoraba el cuerpo delgado, siendo sinónimo de salud. Se consideraba a la obesidad como un defecto físico e incluso mental.
Los Espartanos eran aún más estrictos respecto a las personas obesas. Cada mes revisaban a los jóvenes, y aquellos que habían subido de peso se les obligaba a bajar de peso siguiendo un rígido programa de ejercicios. El término ‘dieta’ aún no se acuñaba.
En el Imperio Romano, la obesidad era mal vista, especialmente en la población femenina. Las mujeres de la clase alta pasaban hambre para lograr un cuerpo delgado. Los hombres eran más tentados, y disfrutaban de grandes y suculentas comidas. Para poder comer más y evitar la gordura que este exceso de comida les podía producir, era frecuente el acto de ‘devolver’ la comida ingerida, hacia unas canaletas que atravesaban la zona de banquetes y que fueron construidas especialmente para tal propósito.
En la Edad Media, La Iglesia Católica adjudicó a la glotonería como pecado venial. Sin embargo los artistas hicieron caso omiso y pintaban como algo hermoso un cuerpo obeso. Esta omisión fue seguida durante muchos años incluso por muchos monjes. La obesidad entre ellos era frecuente encontrarla. Sin embargo fue en el siglo XIII, cuando el Papa Inocencio III, insistió en el pecado de la gula y recriminó a todos los sacerdotes y monjes obesos. Se inició entonces la penitencia de largos ayunos, con los que lograron eliminar el exceso de grasa del cuerpo.
Pero el concepto de una dieta propiamente tal, como un elemento para bajar de peso, fue escrito recién en 1863 cuando fue publicado el primer libro de dietas en Inglaterra por William Banting. Este personaje era un empresario obeso, y trató de bajar su exceso de peso con los baños turcos característicos de la época, sin embargo algo no funcionaba ya que ¡subió 40 kilos!. Llegó a pesar 115 kilos.
Acudió a un médico, quien le diseñó una dieta, con la que logró recuperar su peso óptimo. Quedó tan feliz que publicó el “primer libro sobre dietas”.
En la época moderna, el cuerpo obeso ya no es considerado por la sociedad como “hermoso”. Salvo para ciertos pintores como Botero, quien destaca en su obra una obesidad poco realista: mujeres sin rollos, sin celulitis, ausencia de estrías, mamas perfectas, etc.
Sin embargo sólo después de 1950 se empezó a tomar en forma seria el problema de la obesidad ya que la comunidad científica estableció relaciones directas entre muchas enfermedades y la obesidad. Actualmente hemos aprendido que sobre el 60% de las enfermedades que afectan al ser humano adulto tienen su causa en la obesidad.
La obesidad dejó de ser un problema estético, es la gran enfermedad de nuestra época.